Rafael Menjívar Ochoa

Les dejo íntegro este post de Miguel Huezo Mixco sobre el escritor salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa.


Foto: Rafael Menjívar como sicario, en la portada de Vértice, El Diario de Hoy, 12 de diciembre de 1999. Tomada de Talpajocote.


El cielo cae y cae
Por: Miguel Huezo Mixco

El salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa pertenece al linaje de los grandes narradores latinoamericanos. Ha publicado más de una docena de libros, entre novelas, cuentos, ensayos y poemas en editoriales de México y Centroamérica. Entre sus últimos títulos se encuentra el volumen de narraciones breves, traducido al francés, “Un monde où le ciel ne cesse de tomber” (Cénomane, 2008). “Un mundo en el que el cielo cae y cae”, su título en español, inédito en nuestra lengua, confirma a Menjívar Ochoa como uno de los principales autores del llamado “género negro” en América Latina.

El género negro fue fundado en las primeras décadas del siglo XX por los escritores Dashiell Hammet y Raymond Chandler. También ha sido cultivado en América Latina por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Mempo Giardinelli y Paco Ignacio Taibo II, entre otros. La trilogía “Millenium” de Stieg Larsson gira en esa órbita.

Las novelas, cuentos, cómics y películas de este género se caracterizan por el pesimismo y el desencanto. Sus personajes se mueven en ambientes dominados por la violencia, el cinismo, la fatalidad, la venganza, el odio y el sexo. Todos estos ingredientes se encuentran presentes en los libros de Menjívar: “Los años marchitos” (1990), “Los héroes tienen sueño” (1998) y “De vez en cuando la muerte” (2002).

He leído el manuscrito original de “Un mundo en el que el cielo cae y cae”. Algunos de estos cuentos son verdaderas obras maestras de precisión y economía de recursos. Menjívar apenas les pone nombres a los personajes. No “cuenta” las historias: las pone en escena. Los relatos se escenifican en México, un país que Menjívar conoce muy bien, pues vivió allá exilado por más de 20 años. Su familia debió huir después de la ocupación militar de la Universidad de El Salvador (1972). Su padre, Rafael Menjívar Larín era el rector de la entonces primera universidad del país.

El cuento “Cementerio de carros”, por ejemplo, cuenta los últimos días del Loco, un policía que sabe que va a morir. La historia es contada por su amigo, un policía sin nombre. El Loco se encuentra encerrado en su departamento, sudando, con la tele puesta a todo volumen. El lugar huele a rata muerta. El tufo proviene de su mano, envuelta en un pañuelo pringado de sangre, con los dedos hinchados como chorizos. Su amigo lo lleva al hospital. Gangrena. Hay que amputar, le dice el médico. El Loco se rehúsa. Se va a un cementerio de carros. Se introduce en un automóvil desmantelado. “Tenía la pistola en la mano derecha y miraba por el parabrisas”. En eso, se escucha el motor de un carro. Allí comienza la acción.

Luego está el cuento “Fade-out”, protagonizado por una pareja que apenas acaba de conocerse y han pasado días teniendo sexo en un cuartucho miserable en Acapulco. “El baño estaba sucio. No había luz, no había regadera, solo el excusado, el lavabo, una manguera conectada al lavabo y una cubeta para bañarse”. El hombre está jugando con un mazo de naipes. La mujer le pide que vuelva a la cama. La insulta. Ella lo golpea. El tipo reacciona. “Cuando me di cuenta ella estaba en el suelo... Un ojo se le estaba hinchando y tenía la boca reventada”. Pero esto es solo el principio.

No mates a nadie por odio. Tampoco mates por placer. Ni por lástima. Mata por dinero, proclama uno de sus personajes, mientras espera que le peguen un tiro. En el mundo de Menjívar el cielo cae, una y otra vez.


(Publicado en La Prensa Gráfica, 3 marzo 2011)

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