Un año...




Es curioso cómo se cierran algunos círculos. El último día que Rafael estuvo en la funeraria, el día viernes 29 de abril de 2011, estuve cumpliendo exactamente cuatro años desde que llegué por primera vez a La Casa del Escritor. Fue ese día que conocí a Rafa. Sus ojos enormes me impresionaron y su mirada profunda me intimidó. “Carne fresca” les dijo a los compañeros que estaban ahí. 

- Hola. Soy Loida Pineda.
- Ya se -me dijo-.

Yo llegué con alrededor de 32 "poemas" y salí de ahí con 6 versos. Los 6 versos que me han hecho sentir orgullo hasta el día de hoy porque eran los que “funcionaban”. A partir de ese domingo, seguí asistiendo al taller, y sin darme cuenta, me comencé a sentir en familia.

Ahora, a exactamente un año de su partida, sigue doliendo... mucho.

Como era el estilo de Rafa, no me trató a su manera, sino a la mía. Ahora, visto en retrospectiva, me he dado cuenta que se acomodó a cada uno para llegarle por su lado. En mi caso me maltrató, -como a él le gustaba decir-, porque en una maratón de casi 6 horas me hizo escuchar todo tipo de música, y leer a los “dioses” antes de que yo pudiera mostrarle mis textos. Por supuesto que después de leer a César Vallejo, Vicente Huidobro, Joaquín Pasos, Federico García Lorca y otros, yo no quería sacar mis versos. Pero Rafa me hizo leer en voz alta lo que yo había escrito, y me pude dar cuenta, a golpe de comparación, de por donde andaban mis vacíos y ver con mayor claridad el ripio del que podría prescindir.

Aunado a la sed de saber si lo que escribía era poesía, y si estaba bien o mal, estaba el hecho de estar pasando por una situación personal deplorable. En una ocasión le dije que cuando llegué a La Casa llevaba a mis espaldas los trozos de mi que había recogido del suelo y que no hallaba que hacer con ellos. Así que eso contribuyó a que poco a poco Rafael se fuera convirtiendo no solo en mi mentor, sino también en mi amigo y confidente. Conocía los pormenores de mis lamentos, y lo que no le alcanzaba a decir con mi voz, se lo decían mis versos.

En una ocasión cuando leímos en grupo mis primeros 14 poemas, él se dio cuenta que tenían un denominador común. En todos había una palabra o una frase que dulcificaba el resto del escrito, a eso él le llamó “Loidazo” y se empezó a utilizar no solo en mis poemas sino también en otros cuando salían con alguna cosa dulce. Y cuando teníamos uno de esos versos que te hacen erizar la piel, por supuesto que era un “Vergazo!”.


Se esforzaba porque siempre sintiéramos "Orgullo por el oficio", y ver ese orgullo en sus ojos es algo que siempre voy a extrañar.

Decía que mi madre me había educado bien porque me sabía boleros de esos que solo se escuchan en burdeles de mala muerte... así que era frecuente que al coincidir en algún sitio, en vez de saludarme comenzara a cantar: "Fue en un cabaret donde te encontré bailandoooo... vendiendo tu amor, al mejor postor soñaaaando..." y nos abrazábamos y todo y seguía con la mejor parte: "...Ahí quemaron tus alas, mariposa equivocada, las luces de Nueva Yooooork"... y el comentario que no podía faltar al final: "Mariposa equivocada!!!.... que verso!!!"

Luego, cuando ya estuvo en el hospital, tuvimos una larga conversación y, al final, me preguntó porqué lo queríamos tanto. Yo le dije que era por lo que significaba él en la vida de cada uno de nosotros y la forma en que nos había cambiado. "Lo que hace la poesía ¿verdad?" -me dijo-. Pero le respondí que no. Que la poesía siempre estuvo ahí, la diferencia la había hecho realmente él, habiéndose tomado de forma tan personal los desmanes de cada uno y viendo cómo canalizaba, a través de la poesía, todo el caudal de vainas que cada uno arrastraba. La poesía fue su herramienta. Entonces fue un momento bien emotivo y me dijo que sentía mucho orgullo... por todos nosotros... los de La Casa.

Miles de historias que  recordar en un día como hoy. Mucha tristeza... pero también mucho agradecimiento por habernos reunido a los de la casa y habernos dado una familia más. Por habernos escuchado y por hacernos tus amigos.

Te extraño Rafael...


Elegía

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.


Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.


Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.


No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.


Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.


Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.


No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.


En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.


Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.


Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.


Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera


de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.


Alegrarás la sombra de mis cejas,
y en tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.


Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.


A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández

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